Implantación se sumerge en un territorio-monstruo, estigmatizado como pocos, como es el complejo Lugano I y II: ciudad en miniatura, aunque de «miniatura» no tenga mucho; el futuro de un pasado dictatorial que -como todos los futuros imaginados- habla de su época más que de cualquier otra cosa. Es una inmersión que se juega en dos tiempos: por un lado, la historia del edificio, su inauguración durante el gobierno de Lanusse y sobre todo su etapa proyectual, presente a través de los bocetos que imaginaban un espacio racionalizado al extremo, poblados de unas pocas figuras sin rostro; por otro lado, los actuales habitantes del complejo, ocupando, transitando y refuncionalizando esos espacios hoy ya concretos y tan distintos a esos viejos planes. Es, también, una inmersión metonímica: a la abstracción de los bocetos contrapone la singularidad de un puñado de personajes diversos (con especial cariño por los niños y adolescentes, es decir, por un futuro bastante distinto al de los arquitectos) que funcionan como un posible muestrario de las vidas que el proyecto intentó encauzar y que hoy, como no puede ser de otro modo, lo desbordan. Implantación le pone rostro, nombre, voz e historia a esos seres vacíos, casi extraterrestres, que pueblan los bocetos; un gesto humanista que hace frente a esa abstracción. El documental los observa y los sigue de cerca en su habitar y retrata una intimidad a la vez personal y colectiva.
¿Es Lugano I y II un proyecto fracasado, como tantas veces se ha dicho? En vez de repetir prejuicios o dictar sentencia, Implantación piensa e invita a pensar desde sus formas, en particular a partir del montaje: es en los intersticios del choque permanente entre el espacio abstracto, regulado, de los bocetos y el espacio, habitado, vivo del presente, de ese futuro que ya llegó, aunque no como estaba planeado (pero ¿qué futuro llega como estaba planeado?) que debemos no encontrar sino elaborar una respuesta.